El
intelectual debería conservarse inocente y curioso a la vez; inocente en la
autenticidad de sus preguntas, curioso en la indagación de respuestas. Tampoco
debería perder su capacidad de soñar y dejarse envolver por sus sueños. Es un
testigo y un intérprete. Dos sustentos lo guían: la lucidez y la imaginación. La
primera le permite identificar lo que ve; la segunda, lo conduce hacia eso que desearía
ver.