Hoy la ciencia acepta lo que siempre supo la poesía: la razón sola es
insuficiente para realmente entender.
El poético fue el más antiguo modo de conocimiento.
Solo más tarde, mucho más tarde, después de la religión, llegaría para los
hombres la noción de una Razón necesaria para poder comprender. Pero tanto en el terreno de la ciencia como en el del arte existen –deberían
existir- idénticos sentidos de compromiso y de respeto. En el caso del arte, una necesaria coherencia entre la fuerza de la
expresión estética y la validez de sus expresadas verdades; en el de la ciencia,
una reconciliación entre lo creado y el compromiso con el destinatario de la
creación.
Existe, también, un significado ético en la actitud necesariamente
esperanzada de todo creador. No se trata de atender de éste banales formas de
optimismo sino de que exista en él la absoluta convicción de ser capaz con su
creación de aportar algo enriquecedor al itinerario humano.
La ciencia que comunica al ser humano con los afueras, la poesía
que lo relaciona consigo mismo; aquélla que interroga el mundo exterior desde
leyes que –suponemos- lo rigen; ésta que se propone entenderlo desde valoraciones
y comprensiones subjetivamente humanas… Unas y otras: respuestas de la ciencia y
respuestas poéticas: ecos, proyecciones; quizá insuficientes, pero siempre
signos de actitudes que hablan, por igual, de posibilidad, de verdad, de
esperanza...