Maestría de quien, con su voz, comunica imaginarios, ideas, visiones,
saberes, experiencias... Pericia de poetas y maestros. ¿No fueron a menudo ambos
autores de muy parecidas entonaciones? ¿No nos condujo muchas veces la voz de
un poeta o las palabras de un maestro hacia certeros y definitivos aprendizajes?
Todos escogemos autores y todos elegimos maestros; y ambas elecciones
nos describen.
El maestro luce más consciente de los significados y alcances de
su voz, más en posesión de lo que quiere decir; más reflexivo que el poeta,
quien escribe desde sentimientos que lo inspiran, emociones destinadas a
desvanecerse en beneficio de una voz protagonista siempre de sí misma.
La voz del poeta se acerca a las miradas de sus lectores; la del
maestro, a la atención de sus discípulos… Importancia de las dos para quienes
aprovechan las palabras de uno y otro.
Voces que comunican lo necesariamente comunicable, de llamativo protagonismo
junto a verdades convertidas en significado; voces que viven por sí mismas, sin
ignorar que su recepción decide su vida, su perdurabilidad posible.
Existen naturales diferencias entre la voz del poeta, nacida en medio
de la soledad de muchos monólogos, y la del maestro, nacida al calor del
diálogo. Lo que dice el maestro lo escuchan sus discípulos. Lo que escribe el
poeta, en su solitario acto creador, carece de testigos. Pero, acaso, nos
comunicamos con el poeta de la misma manera como lo hacemos con el maestro. Junto
al poeta nos acercamos a un determinado modo de escritura: género, estilo,
entonación… Del maestro aprendemos perspectivas, saberes, comprensiones. En las
palabras de uno y de otro descubrimos develamientos que son respuestas.
La voz del poeta está destinada a trascender. Solo así podrá
conjurar el riesgo del inútil solipsismo. Por su parte, el maestro al hablar,
no solo es escuchado, también es visto. Se lo oye y se lo ve. Sus voces pueden
acompañarse de cierta teatralidad, lo que en modo alguno las convierte en
superficiales o frívolas.
Al contrario de lo que dice el adagio, a la palabra del maestro nunca
“se la lleva el viento”. No: ella permanece. Lo que dice aquí y ahora perdurará
allí y después. Su destino no es solo transmitir conocimientos; también orientar,
estimular. No impone convicciones: enseña al discípulo a defender las suyas
propias.
Al escuchar la voz del maestro, el joven aprende a conquistar su
propia voz. Aprende el discípulo de su maestro y aprende éste de aquél. Aprende
el maestro al tiempo que enseña. Aprende de sus preguntas y enseña a partir de
sus respuestas. Existe en él la imagen del ejemplo. Entiende su profesión como
comunicación de verdades de vida. Su palabra, irrefutablemente humana, nunca
podría desentenderse de cuanto le resulta esencial decir.
Comentó alguna vez Borges que todo espacio de voces aspiraba a su
propia estética, amparada por una ética de lo auténtico. Estética de la forma y
ética de la voz que vive como un reflejo de
la vida de su creador. El Premio Nobel de Literatura,
Gao Xingjian, en su discurso de agradecimiento al recibir el galardón de la
Academia Sueca, habló de cierta escritura a la que definió de “literatura
fría”: respuesta a una necesidad ética, a una urgencia de vida de la parte de
su creador. Acaso algo parecido a cierta opción del maestro: convertir su
enseñanza en paideia: transmisión de valores, comunicación
de una sabiduría de vida
Tanto en el caso de la literatura como en el de la enseñanza, se trata
de acercar la voz a la vida; de humanizar la expresión, de comunicar humanidad.
Recuerdo una figura empleada por el poeta Rafael Cadenas: “… una colmena donde se
oculta un arcoíris…”
La colmena: estructura habitada y habitable, evocación de
empeños y de esfuerzos.
El arcoíris: etérea y colorida
visión de imaginarios, sentimientos, ilusiones, ideas...
Una colmena: espacio que
es expresión de la experiencia del maestro.
Un arcoíris: imaginación y emociones del poeta irradiando
una escrita luz…
Maestros y poetas: autores que nombran siempre desde el
lado de la vida, traducen lo humanizador, pronuncian voces que testimonian lo
verdadero y lo bello en la verdad.
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Enseñanza
y poesía: confirmación, a través de las palabras, de un
tiempo y de un camino hechos de vida.