La manera como
distinguimos el sentido de una vida cuando ésta ya llega a su final; las razones
que un anciano se empeña en hacer suyas: incomprensibles o absurdas para los demás,
y, sin embargo, justas o necesarias para él; el pasado de un hombre viejo,
desconocido para quienes lo rodean, y profundamente contradictorio con lo que
sus seres más allegados creen saber de él… Ideas, imágenes traídas hasta el
espectador por el filme Nebraska; muy
poco favorecido por los premios de la Academia de este año, pero, sin lugar a
dudas, una extraordinaria obra maestra.
Dos cosas me llamaron
la atención en él. La primera: la visión del protagonista, un viejo que se
aferra a una ilusión: un premio, una tramposa oferta como tantas otras que
sacan provecho de la ingenuidad de los consumidores. Esa obsesión del anciano constituye
la veta central del filme. De ella van surgiendo, como ramificaciones, las
diversas anécdotas de la película; casi todas relacionadas con el malentendido
de un anciano que se piensa millonario y todos aquellos quienes –parientes,
amigos, vecinos- se proponen sacar provecho de ello.
El otro aspecto
de la trama tiene que ver con algo más bien colectivo e histórico: la sociedad norteamericana,
rica, poderosa, permanentemente protagonista y referencial dentro de un mundo
moldeado a su imagen y semejanza; y, sin embargo, fría e inhumana, plagada de
soledad e incomunicación, grisura y desafecto.
El proceso de un
anciano alcohólico que por muchos años fue distanciándose de sus seres más
cercanos: esposa, hijos, hermanos, es algo que la película presenta como
ineludible; expresándonos que el tiempo de la convivencia y la natural evolución
de los días de un ser humano dentro de una sociedad deshumanizada y egoísta, forzosamente
termina por conducir al desmoronamiento de afectos, relaciones y compromisos. La
película enfatiza que lo que alguna vez pudo ser prometedor estaría
frecuentemente destinado a corromperse, desvanecerse… El hijo del protagonista
descubre, así, asombrado, que su padre fue alguna vez una heroica víctima de la
guerra de Corea. Descubre, también, que la actual directora del único periódico
de un pequeño pueblo del estado de Nebraska donde el anciano había nacido, lo
amó y pudo considerarlo un buen partido.
Es un tema que
la vida y el arte suelen repetir: el contraste entre la manera como vemos a
nuestros padres y la mirada que otros arrojan sobre ellos. La cercanía entre
los seres humanos y las cosas no necesariamente es ilustrativa; por el
contrario: puede ser desfiguradora; y la mirada de un desconocido hacernos
descubrir versiones muy diferentes, más exactas y desprejuiciadas, a las que
nos acompañaron por mucho tiempo.
Pero creo que
el gran significado de la película, el más significativamente humano de ella es
la reconciliación final entre padre e hijo: encuentro de dos seres distanciados
por muchos años de acumulados desafectos. Versión que encarna en el largo
momento final, descrito en la lenta escena del padre manejando la camioneta que
el hijo le ha regalado frente a los ojos asombrados de algunos de los
habitantes del pueblo natal del anciano; una última oportunidad que éste merece
y que el hijo le ofrece por medio de esa comunicación afectiva asentada en la restablecida
dignidad del anciano, ya -según permite adivinar la película- en el umbral de
la muerte de éste.