Hay
en los momentos iniciales de la película Gringo viejo, adaptación de la
novela homónima de Carlos Fuentes, una escena en la que el personaje del
escritor norteamericano Ambrose Bierce afirma que todas sus palabras, las miles
de páginas que escribió para quien fuera su principal empleador, el magnate de
la prensa, Randolph Hearst, sirvieron principalmente para enriquecer a ese todopoderoso
dueño de periódicos. Es un comentario que despierta importantes inquietudes en la
relación de todo ser de palabras con sus voces escritas: ¿escribir para quién o
para qué? Creo que sólo existe una respuesta a esa pregunta: todo escritor
escribe para sí mismo; definitivamente, no para la ambición de un librero o una
empresa editorial. Se tratará siempre de escribir para su propia satisfacción,
para distinguir en ese espacio de voces que acoge sus ideas y sus imaginarios
una estética que a él y sólo a él corresponderá trabajar hasta sentir
enteramente suya.