El Enuma Elish
describe el tiempo más remoto como aquél en el cual los dioses y las palabras
aún no existían. El antiquísimo texto relaciona, en una misma imagen, un mundo
sin voces y un cielo sin dioses. Dioses y palabras fueron, pues, los
iniciadores del mundo humano. De alguna manera, la llegada de los dioses
significó algo muy parecido a la llegada de las palabras: una respuesta de los
hombres al vacío, a la informidad, a la oscuridad. Dioses y palabras, fueron el
nacimiento de los signos y las representaciones; el punto de partida de una
ritualización que, desde entonces, ha permitido a los hombres identificar en el
mundo un sentido y, sobre todo, entender la significación de su presencia en
él.