En alguna parte de su obra, Edgar
Morin dice que nuestro presente ha recuperado una antiquísima palabra de origen
griego: oikos; vocablo que significa
casa. De oikos derivan dos voces que
nuestro tiempo repite incesantemente: “ecología”, “ecosistema”. Términos
alusivos a un mundo concebido como espacio familiar, cercano; superficie
poblada de cuerpos y formas siempre en relación, espacio donde todos nos
aglomeramos en conjuntos necesariamente comunicados en imprescindible diálogo
sobreviviente.
Opuesta a Oikos, nuestros días
repiten otra palabra: “caos”. La repite incluso -¡quién habría de decirlo!- una
ciencia cada vez menos segura de sí misma, de sus posibilidades y alcances.
Caos alude a la acechante impredecibilidad de todas las posibilidades. Implica la
amenaza de lo incierto asomando por entre cualquier conclusión o certeza. La
noción de caos, de muchos modos, evoca un regreso a remotas edades anteriores a
la tranquilizadora presencia de los dioses. El caos sugiere la entronización
del azar y la incoherencia; sugiere la desarmonía, la indescifrabilidad y el
desvanecimiento de los nortes.