Desprecios y rencores forman
parte de nuestro rostro más auténtico. Hay resentimientos inolvidables que nos
acompañan siempre y a los que, como decía Jean Paulhan, debemos hacer sitio en
nuestras vidas si queremos vivir sanos de espíritu; aversiones que nos definen
y nos expresan. Ser fieles a ellas es tan coherente como serlo a nuestros
afectos. Nuestros aborrecimientos deciden de qué debemos protegernos y de qué
debemos apartarnos. Cimentan nuestra lucidez siempre necesariamente alerta.