Escritor, ensayista, poeta y docente venezolano. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Mariano Picón Salas del Ministerio de la Cultura de Venezuela en 1992, fue miembro del jurado de dicho premio en la edición de 1993. Igualmente fue miembro del jurado del Premio Internacional de Cuento Francisco Herrera Luque y Presidente del I Congreso de Legislación Cultural Municipal, realizado en en febrero del año 1993 en la Universidad Simón Bolívar.
martes, 27 de marzo de 2012
CON LO TERRIBLE QUE PUEDA TENER PARA LOS HOMBRES LA IMAGEN DE LA MUERTE...
Con lo
terrible que pueda tener para los hombres la imagen de la muerte, ella
pareciera resultar mil veces preferible a la opción de la inmortalidad. Una
vida infinitamente prolongada, una muerte que nunca llega, es algo que los
seres humanos hemos convertido en una de nuestras más espantosas pesadillas.
Como alguna vez he comentado, ella se asocia, por ejemplo, con la imagen del
vampirismo y los vampiros: siniestros seres de la noche, condenados por toda la
eternidad a alimentarse únicamente de la sangre de sus víctimas. En otra
grotesca imagen de la inmortalidad, entresacada esta vez de las páginas de la
literatura universal, Los viajes de
Gulliver, su autor, el escritor Jonathan Swift, ilustró con terrible ironía
la parodización de una vida interminable. En un país al que Gulliver llega en
sus muchos recorridos, existe una raza especial de seres: los inmortales. Seres
que nacen con el signo de la eternidad escrito en sus cuerpos. Son individuos
que jamás conocerán la muerte. Su sociedad acoge el nacimiento de cada nuevo
inmortal como una terrible desgracia. La descripción que hace Swift de ellos es
la contrapartida espantosa de cualquier ilusión de eternidad: seres miserables,
condenados a arrastrar por todas las edades sus cuerpos en un inacabable proceso
de deterioro. El peor castigo de los inmortales es, precisamente, el no morir,
la agonía de su final sin fin.