En su libro Breviario de
podredumbre, Cioran se formula una pregunta: “¿Quién habló jamás de una
sola verdad alegre que fuera válida?” ¿A que verdades se refería? Acaso a ésas
destinadas a hacerse parte de creencias y certezas muy comunes; más que
tristes, abrumadoras, torpes. En su descarnado estilo, Cioran supo aludir a ese
signo, generalmente áspero, con que las épocas suelen diseñar ciertas razones
colectivas. Algo que, a fin de cuentas, indicaría que muchas verdades del
tiempo humano pudieran ser, paradójicamente, inhumanas.
Nuestro presente repite
constantemente esa verdad enunciada por Darwin: la de la supervivencia del más
apto. Desde los protozoarios hasta las más desarrolladas civilizaciones:
nuestra comprensión colectiva lo repite sin cesar: sólo los mejores, los más
fuertes, los más despiadados, los más oportunos, los más afortunados se imponen
sobre los otros: los más débiles, los menos voluntariosos, los nunca
predestinados. El vencedor oprimirá siempre al rival perdedor. La conclusión de
la supervivencia del más apto -anunció Darwin- señala una metamorfosis
constructora de un cada vez más perfecto diseño universal. ¿Podría concebirse
una verdad menos “alegre” o más despiadada que ésta?
Algunas verdades de nuestro
tiempo, ésas que Occidente hizo suyas, son repetidas en todas partes gracias a
la uniformidad de este planeta donde todos nos parecemos cada vez más. Verdades
que sulen aludir a dos cosas: falta de memoria y ausencia de esperanza. El
pasado pierde importancia y su recuerdo es sustituido por un presentismo que
relativiza todas las visiones. Y en cuanto a la esperanza: ésta se desvanece
para dejar paso a la desconfianza ante el mañana. Acaso la crisis de la
esperanza sea consecuencia de la crisis de memoria: cada vez se ha ido haciendo
más difícil para el moderno Occidente reconocerse en sus viejas conquistas,
asumir que en ellas reposaba un sentido, una razón.
Si el pasado propende a
desdibujarse o hacerse ininteligible, entonces el porvenir tiende a convertirse
en incertidumbre y, acaso, en amenaza. Y así, sin saber hacia donde nos
dirigimos y sin creer en el significado de las acciones que nos permiten
dirigirnos hacia donde sea, los seres humanos de nuestro tiempo ignoramos el
destino que nos aguarda; o, en todo caso, sospechamos de su fiabilidad, de su
solidez. No cesa de repetirse a nuestro alrededor la trágica verdad de un
futuro inexistente o imposible a causa de una serie de muy vívidas imágenes:
una hecatombe nuclear, un mundo superpoblado ahogándose en sus propios
desechos, un planeta consumiéndose a causa de las desmesuras humanas...