martes, 28 de febrero de 2012

EN SU LIBRO "BREVIARIO DE PODREDUMBRE"...


En su libro Breviario de podredumbre, Cioran se formula una pregunta: “¿Quién habló jamás de una sola verdad alegre que fuera válida?” ¿A que verdades se refería? Acaso a ésas destinadas a hacerse parte de creencias y certezas muy comunes; más que tristes, abrumadoras, torpes. En su descarnado estilo, Cioran supo aludir a ese signo, generalmente áspero, con que las épocas suelen diseñar ciertas razones colectivas. Algo que, a fin de cuentas, indicaría que muchas verdades del tiempo humano pudieran ser, paradójicamente, inhumanas.

Nuestro presente repite constantemente esa verdad enunciada por Darwin: la de la supervivencia del más apto. Desde los protozoarios hasta las más desarrolladas civilizaciones: nuestra comprensión colectiva lo repite sin cesar: sólo los mejores, los más fuertes, los más despiadados, los más oportunos, los más afortunados se imponen sobre los otros: los más débiles, los menos voluntariosos, los nunca predestinados. El vencedor oprimirá siempre al rival perdedor. La conclusión de la supervivencia del más apto -anunció Darwin- señala una metamorfosis constructora de un cada vez más perfecto diseño universal. ¿Podría concebirse una verdad menos “alegre” o más despiadada que ésta?

Algunas verdades de nuestro tiempo, ésas que Occidente hizo suyas, son repetidas en todas partes gracias a la uniformidad de este planeta donde todos nos parecemos cada vez más. Verdades que sulen aludir a dos cosas: falta de memoria y ausencia de esperanza. El pasado pierde importancia y su recuerdo es sustituido por un presentismo que relativiza todas las visiones. Y en cuanto a la esperanza: ésta se desvanece para dejar paso a la desconfianza ante el mañana. Acaso la crisis de la esperanza sea consecuencia de la crisis de memoria: cada vez se ha ido haciendo más difícil para el moderno Occidente reconocerse en sus viejas conquistas, asumir que en ellas reposaba un sentido, una razón.

Si el pasado propende a desdibujarse o hacerse ininteligible, entonces el porvenir tiende a convertirse en incertidumbre y, acaso, en amenaza. Y así, sin saber hacia donde nos dirigimos y sin creer en el significado de las acciones que nos permiten dirigirnos hacia donde sea, los seres humanos de nuestro tiempo ignoramos el destino que nos aguarda; o, en todo caso, sospechamos de su fiabilidad, de su solidez. No cesa de repetirse a nuestro alrededor la trágica verdad de un futuro inexistente o imposible a causa de una serie de muy vívidas imágenes: una hecatombe nuclear, un mundo superpoblado ahogándose en sus propios desechos, un planeta consumiéndose a causa de las desmesuras humanas...