En su libro La otra voz, comenta Octavio Paz: “los poetas se refugian en las
universidades, como en la Edad Media, pero sería funesto que abandonasen la
ciudad”. De más está decir que el poeta no puede abandonar la ciudad de la
misma manera que la poesía no podría abandonar la vida; pero, a fin de cuentas,
la poesía, que merece vivir en todas partes, también merece hacerlo en las
universidades. Universidades capaces de aceptar a la imaginación como una de
las formas más amplias de la sabiduría humana; capaces de aceptar, también, que
razones poéticas y científicas pueden coexistir porque unas y otras no son sino
complementarias expresiones de lo humano; universidades en condiciones de
permitir a ciertos seres de palabras
trabajar con dignidad el hallazgo de su voz, y, también con dignidad,
expresarlo. Quizá he idealizado el espacio universitario. No lo niego: es el
lugar donde he trabajado por veinte años. El lugar en que me he sentido feliz
de poder escribir, siempre en sosiego y en asilo, mi propia palabra.