miércoles, 12 de octubre de 2011

DE LO QUE SE TRATA...


La comunicación, desde luego esencial a toda escritura, no es la única razón por la cual escribe un ser de palabras. También lo hace para sí mismo: para hablarse y entretenerse, porque le place hacerlo, porque no puede vivir sin hacerlo, porque está en su destino hacerlo. Y su escritura se convierte para él en su descubrimiento, en su apoyo, en su juego. Jugar con las palabras: apasionante entrega a un esfuerzo que se propone extraer de las voces sus muchos significados posibles y combinar sus sonidos y relacionar sus texturas; que trata de dibujar y tallar y esculpir esa materia prima que son las palabras. Ningún escritor, genuino y honesto escritor realmente merecedor de tal nombre, podría imaginar siquiera modificar su escritura en beneficio de la atención de los lectores. De lo que se trata, de lo único que podría tratarse para él, será de vivir para su escritura y no necesariamente de vivir de ella. Para algunos seres de palabras, el resultado de su juego logrará, afortunadamente, coincidir con eso que muchos lectores quieran leer o disfruten leer o necesiten leer. Será, entonces, el afortunado hallazgo del libro que logró encontrarse con el gusto de su tiempo. En general, suele ser la distancia de los años la que determina la trascendencia de los libros; pero, a veces, alguno en particular logra muy rápidamente reconocimiento y éxito. Es el libro que fue capaz de traducir certeramente algún significado particular en las comprensiones humanas, que logró ejemplarizar alguna forma de referencia. Fijación temprana del libro que supo qué decir y de qué manera hacerlo, que logró expresar algo que llegó a borrar para siempre alguna forma de silencio; o que descubrió entonaciones que, a partir de él, se hicieron tonalidad reconocible por entre todos los paisajes humanos. En ocasiones, algunos textos van más allá y llegan, incluso, a coincidir con significados comprensibles en todos los lugares y en todas las épocas. Será, entonces, el caso privilegiadísimo de libros atemporales consagrados por las infinitas lecturas de los hombres: encuentro perenne entre las voces que un ser de palabras vivió, concibió y escribió en un momento y un lugar determinados y las comprensiones que los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares arrojaron sobre ellas. Unos y otros: los inolvidables y los olvidados, los famosos y los desconocidos, los publicados en tirajes de millones de ejemplares y los editados en apenas unos cuantos centenares: todos los libros, si merecen realmente su nombre, si son la consecuencia del esfuerzo genuino de un ser que creyó en su obra y que lo apostó todo a ella, existen. Están allí y forman parte de las visiones humanas. Son un signo. Poseen un valor.

Pero cambian los tiempos y, junto con ellos, cambian también las herramientas de la escritura y los mecanismos de su recepción. Nuestra época de desasosiegos y de prisas ha conocido la llegada de la Internet: comunicación virtual dentro de los ilimitados lugares del ciberespacio. Para un creciente número de seres de palabras, la Red se convierte en morada posible para sus voces; un sitio dentro del cual ubicarse o en el que poder desplazarse; un territorio donde permanecer y donde ser percibidos. Dentro de la Red, las palabras existen para ser leídas por todo aquél que pueda contemplarlas. Ella funciona, de un lado, como una colosal imprenta virtual capaz de permitir a todo ser de palabras publicar inmediatamente cuanto escriba; del otro, como una infinita biblioteca en la que pueden contemplarse todas las voces, vislumbrarse todas las imágenes, escucharse todas las ideas. La Internet ha significado la libertad de una escritura que se mueve hacia todos los lugares; más independiente del juego editorial de los mercados y de la promoción de libros, más capaz de darse a conocer por sí misma... Y, a fin de cuentas, ¿no fue ése, no debió haber sido siempre ése el propósito esencial de la escritura literaria, la razón de ser de las voces escritas?

Stendhal dijo haber escrito sólo para el futuro: para ser leído, entendido y apreciado por los lectores del mañana. En el futuro está dibujado el destino de los libros. Él los confirma, los consagra o los olvida. Pero ante el impredecible futuro de las valoraciones; relacionadas, a veces, con las más imprevisibles, mercenarias y aleatorias de las razones: moda, oportunidad, suerte, prestigios creados, existe, muy real y corpóreo, el presente de la escritura: ese tiempo que significó muchas cosas para quien lo vivió, para quien lo construyó: evento, compañía, desahogo, justificación, refugio, rescate, juego...