jueves, 27 de enero de 2011

EN UN PROGRAMA DE TELEVISIÓN DEDICADO A REMBRANDT...

En un programa de televisión dedicado a Rembrandt, me entero de la gran cantidad de autorretratos que el gran pintor dibujó a lo largo de su vida: una amplísima galería de representaciones personales poseedoras, en su mayoría, de un signo común: la solemnidad de ese rostro con que un Rembrandt joven, maduro o anciano nos contempla. Con dignidad, con prestancia que a veces llega a ser altivez, Rembrandt nos mira. Sin embargo, poco antes de morir, Rembrandt se autorretrata: ahora riendo; un anciano desdentado que ríe abiertamente con una risa franca, contagiosa, amplia. Ante el universo, ante el tiempo y ante el tiempo que para él ya termina, Rembrandt ríe. ¿Acaso ha aprendido a reir? ¿O es que no teme ya mostrarse riendo? Quizá ríe porque mira la vida de otra manera o porque ahora sabe cosas que antes ignoraba. Tal vez ríe de sí mismo y de todo. De su cara han desaparecido distancia y empaque. En su jocosa expresión hay muchas cosas... ¿Genuino alborozo? ¿Hilarante resignación? ¿Festiva nostalgia? Imposible saberlo. A lo mejor Rembrandt ríe porque no se toma ya demasiado en serio. O tal vez su risa sea el gesto satisfecho de quien acepta plenamente itinerarios recorridos y huellas dejadas tras de sí. O sea: ríe porque aprueba sus pasos; porque al mirar atrás comprende que el camino recorrido le muestra que mereció eso que obtuvo, y ríe porque sabe que llegó a tocar algo fuera del alcance de la inmensa mayoría de los seres humanos: convertir las visiones de su vida en imágenes que perdurarán por siempre.