domingo, 1 de agosto de 2010

Vulnerabilidad

Vulnerabilidad: un término que nuestro tiempo conoce muy bien, una palabra a la moda, uno de esos vocablos que han llegado a ser metáfora de muchas cosas; la fragilidad de los días, la indefinición del porvenir, la incertidumbre frente a casi todo, la desorientación ante demasiada confusión, el hastío frente a excesivas proliferaciones. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua, define la vulnerabilidad como la posibilidad de “ser herido”, o “la capacidad para anticipar, sobrevivir, resistir y recuperarse del impacto de una amenaza natural”, o la “pérdida de un elemento en riesgo resultado de la probable ocurrencia de un suceso desastroso”. Se asocia también vulnerabilidad con desventaja. Aunque, en realidad, no somos vulnerables porque estemos en desventaja: estamos en desventaja cuando ignoramos nuestra vulnerabilidad. Nos sabemos vulnerables en medio de una cotidianidad en la que el riesgo y la amenaza poseen muy diversos rostros: conflicto, rutina, cansancio, hastío, temor, desamparo. Ante el sentimiento de vulnerabilidad, nos queda tratar de prevenirnos o predecirnos, manteniéndonos siempre alertas, distinguiendo en ese tiempo que hacemos camino y construcción, aferrándonos a nosotros mismos y a cuanto nos ofrezca felicidad o estímulo. La percepción de vulnerabilidad nos obliga a la cautela, debería también hacernos más humildes y mesurados. Nos sabemos vulnerables cuando conocemos nuestras debilidades y los riesgos que enfrentamos. Ser cautos: prevenirnos en el camino, predecirnos en el tiempo, sopesar las posibles secuelas de nuestros errores, ser conscientes de nuestra fragilidad, sostenernos en aquellos espacios donde nos sabemos fuertes. Vulnerabilidad: individualmente, un sentimiento asociado, sobre todo, a madurez; generalmente alejado de cualquier temprana experiencia de la vida. Avanzamos, crecemos, envejecemos y, acaso, el signo esencial de esa sabiduría que va surgiendo del camino sea conducirnos al reconocimiento de nuestra fragilidad. El joven suele desconocerla; no la concibe porque no ha vivido lo suficiente. Vivir y aprender de la vida acaso signifique por sobre cualquier otra cosa haber palpado la vulnerabilidad en nuestros itinerarios. Existe la vulnerabilidad asociada a nuestro tiempo individual; pero, también, muy relacionada con ese tiempo que vivimos donde tantas y tantas cosas son percibidas como incertidumbre o amenaza. Precisamos conjurarla; por ejemplo, a través de cierta sabiduría superviviente que tiene que ver con muchas cosas: paciencia, mesura, curiosidad, pasión, fe en nuestros espejismos y un interminable propósito por entender el sentido de ciertas verdades que nos sostengan en medio de lo casi siempre azariento.