¿Hay respuestas
para tantas lacerantes preguntas que nos acosan? De existir, ellas se
encuentran en los más profundos escondrijos de nuestra conciencia, y solo a
nosotros corresponde descubrirlas. Lo malo es que las respuestas que nos damos,
eventualmente aceptadas, justas, necesarias, somos nosotros mismos los primeros
en no tomarlas en cuenta. Absurdamente pareciéramos negarnos a obedecer
nuestros propios descubrimientos, nuestras principales comprensiones, nuestras
más lúcidas revelaciones. Y pagamos el terrible precio de hacer más y más
vulnerables nuestros espacios.
¿Por qué
insistimos en despojar de firmeza ese centro necesario, ese sitio que es el nuestro y tanto esfuerzo nos
ha costado erigir? Busco incansablemente mi respuesta. Hallarla será la única
manera de conjurar intemperies y laberintos; descubrir una meta que es, en sí
misma, rescate, una forma de salvación.