Tras el excesivo
ruido de todas las vociferaciones opongo mi silencio.
Silencio ante el
ruido de lo vacío, de lo ininteligible, de lo delirante.
Silencio como respuesta
a tanta estridencia y crispada consigna; silencio, también, como expresión de
mi voluntad de lejanía frente al absurdo.
Al lado de mi sentido
común, enfrentaré separaciones y resentimientos.
Me niego a reflejar
un entorno deshecho en pasos nunca sucesivos, en cotidianidades de barro y de ceniza,
en horizontes lastrados de desperdicio, en días que no evolucionaron junto a
los días.
Mi lucidez me lleva
a acogerme a versiones personales de una tierra prometida y a rechazar tanta
bobalicona ilusión proveniente del afuera.
Descubro que, como
en el viejo cuento, frente a mí y frente
a muchos “¡El rey estaba desnudo!”.
O mejor, descubro que
casi siempre los reyes han estado desnudos.
No queda sino
esperar que el porvenir dicte sus conclusiones, muy lejos de la absurda entrega
a los compartidos fracasos, a los rostros convertidos en mueca, a los gestos
crispados de odio.
Seré mi propia
referencia, lejos de tanta credulidad sinsentido, de tanto despropósito
inventado por unos pocos, de tantas víctimas de la inconsistencia y la
imitación.