jueves, 6 de mayo de 2021

ÉTICA Y POLÍTICA

 

    La ética asociada al hecho político: imposible aludir a ese tema sin vincularlo a dos realidades esenciales: la libertad individual y la convivencia social. En un texto esencial -“¿Qué es la política?”- dice Hanna Arendt: “El sentido de la política es la libertad”. Desgraciadamente, hoy por hoy, sostiene Arendt, casi todas las referencias al tema político suelen detenerse en los interminables prejuicios en su contra. Sobre uno de ellos, principalmente: la política definida exclusivamente como la conquista y la preservación del poder por todos los medios imaginables.

    El poder como un fin en sí mismo: a ello se ha reducido miserablemente la concepción de la política, olvidando que ella implica nada menos que la organización de la coexistencia humana. Como bien recuerda Arendt: “el hombre no es autárquico, sino que dependerá siempre en su existencia de los otros”.

    En un texto complemento del de Arendt, “El individuo privatizado”, su autor, Cornelius Castoriadis, desarrolla una sencilla idea: las instituciones políticas, las leyes y las constituciones son, por sobre cualquier otra cosa, creaciones humanas. Pertenecen a los deseos, los principios, los valores y los intereses de los hombres. Ése fue, precisamente, el gran y definitivo hallazgo del ideal democrático para los antiguos griegos: los hombres somos los llamados a gobernarnos; a poder gobernarnos y a saber gobernarnos. Somos nosotros los autores de las leyes y las constituciones y está en nuestras manos el modificarlas y el mejorarlas. Ninguna ley, ningún principio, ningún objetivo podrá estar nunca por encima de la razón y del interés humanos.

    Existe justa convivencia en una sociedad cuando existen en ella constituciones y leyes justas, necesariamente próximas a inalienables derechos humanos y a la racionalidad de las metas sociales. Una racionalidad que significa la búsqueda de modelos de convivencia sostenidos en el acuerdo entre todos, en la armoniosa relación entre la libertad individual y el interés colectivo. Entenderlo así nos lleva, necesariamente, a coincidir con un comentario de la Arendt: “la tiranía es la peor de todas las formas de estado, la más propiamente antipolítica”. Y, como ella misma señala, una de las secuelas más ponzoñosas de los totalitarismos, será la imposición de cierta grosera falacia que sostiene que la libertad individual habrá de sacrificarse en nombre del buen desarrollo de una colectividad.