sábado, 30 de julio de 2011

EL SER DE PALABRAS SABE BIEN QUE ÉL ES EN SUS INSTANTES...

El ser de palabras sabe bien que él es en sus instantes. La posible plenitud de un instante lo conmueve. Y escribe para expresarlo y preservarlo. Pero el instante desaparece. Para no perderlo quedan las palabras que lo evocan; palabras para reconstruir el tiempo vivido y convertirlo en imagen, idea...

viernes, 29 de julio de 2011

EL SER DE PALABRAS NO DEBERÍA PERDER NI SU INOCENCIA...

El ser de palabras no debería perder ni su inocencia ni su curiosidad. Inocencia y curiosidad frente a un universo donde todo puede ser nombrado y todo puede ser comunicado. La voz del ser de palabras nace de una interioridad empeñada en encontrarse y en dialogar con lo exterior. El ser de palabras acaso escriba para encontrarse con una exterioridad que, permanentemente, observa y enjuicia. Escribe y sale de sí mismo y conjura, así, la estéril circularidad, el solipsismo de una palabra que nace y muere en ella, sin contacto con la vida ni con los días vivos. La comunicación es la forma más efectiva con que el ser de palabras conjura uno de lo principales peligros que lo acechan: el narcisismo, algo que lo arrastraría a interminables soliloquios y que implicaría hablar sólo de sí mismo; no desde sí mismo, esto es, desde su conciencia convertida en otero del mundo, sino únicamente sobre sí mismo.

jueves, 28 de julio de 2011

EL SER DE PALABRAS QUIERE CREER...

El ser de palabras quiere creer en un público lector. Creer en él es ya tal vez una forma de crearlo. Necesita imaginar que ese público existe. Lo piensa ávido receptor de cuanto él diga. Ser leído: ahora y, sobre todo, después. Sin embargo, el después es y será siempre un inexplicable albur hecho promesa sólo para unos poquísimos elegidos. Ante la indescifrable y siempre oscura posteridad, está la urgencia de un lector presente capaz de reconocer, entre otras muchas, la voz de un determinado ser de palabras convertida en significativa o fundamental referencia.

miércoles, 27 de julio de 2011

CON SU ESCRITURA, EL SER DE PALABRAS...

Con su escritura, el ser de palabras quiere dejar alguna huella. La desidentificación: ese destino de tantas mayorías anónimas y grises, lo atormenta. No quiere ser como tantísimos otros, pero sabe bien que deberá justificar con una digna construcción de voces su voluntad y su deseo de diferencia.

martes, 26 de julio de 2011

EL SIGNO NATURAL DEL SER DE PALABRAS...

El signo natural del ser de palabras es la creatividad: intuición de lo nuevo en medio de lo ya existente, imaginación para descubrir palabras suyas para decir aquellas cosas que todos pudiésemos querer saber o necesitar saber. El ser de palabras debe ser original, esto es, debe poder decir de una manera nueva lo que, eventualmente, ha sido ya dicho muchas veces. Más que descubrir verdades, se trata para él de saber variar las entonaciones que enuncian las verdades de siempre. Su originalidad es una urgencia: de sentido, de trascendencia. No repetir; o, al menos, tratar de que exista algo nuevo en sus repeticiones. Nombrar con voces renovadas las viejas respuestas, las respuestas que siempre han dado los hombres.

sábado, 23 de julio de 2011

SOMOS NUESTRO CAMINO...

Somos nuestro camino, el día a día conquistado. Nos identificamos con ese tiempo que construimos y que fue, también, construyéndonos.

viernes, 22 de julio de 2011

AL SER DE PALABRAS LE OBSESIONA EL FRACASO...

Al ser de palabras le obsesiona el fracaso: un sentimiento que, en su caso, encarna en el temor de no alcanzar a conseguir eso que siempre percibió como una meta para la que la vida lo había destinado. Le perturba no cumplir con un destino que, acaso, imagina escrito para él. El fracaso se dibuja ante el ser de palabras como convicción del tiempo desperdiciado en esfuerzos que parecieran no conducir hacia ningún lado. El ser de palabras vive sometido a la inacabable prueba de fe en sí mismo. Le es necesaria la convicción de que sus vigilias de años en torno a un libro, por ejemplo, puedan llegar a justificarse en páginas que lo señalen sólo a él. Quiere, por sobre todo, dejar alguna huella con su obra. La desidentificación que es el destino de mayorías anónimas y grises lo atormenta. No quiere ser como los muchísimos otros; pero bien sabe que deberá justificar con una obra digna esa voluntad y ese deseo de diferencia.

jueves, 21 de julio de 2011

LA MÁS EXTRAORDINARIA POTESTAD...

La más extraordinaria potestad de los seres de palabras: nombrar sus sentimientos que son, también, los sentimientos de todos los hombres. En la medida en que las imágenes creadas por su voz alcancen su espacio social y lo cubran, podremos hablar del más alto destino concebible para el ser de palabras: escribir los símbolos que identifican lo humano.

lunes, 18 de julio de 2011

EN LAS EDADES EN QUE LOS HOMBRES...


En las edades en que los hombres aún escuchaban las voces de los dioses, la relación entre los seres de palabras y el poder fue muy estrecha. El amo de las palabras, mago, chamán, hechicero, brujo, solía ser, también, el guía de su tribu. Después de aquellas épocas primeras, ya en los albores de nuestra civilización occidental, la razón humana dictó, como aspiración ideal, que los amos de una sociedad fuesen sus habitantes más sabios. Ideal escrito por Platón en su diálogo La República, libro destinado a dibujar un estado feliz gracias al gobierno de un rey-filósofo. Muy poéticamente, Platón ilustró este ideal en otro libro, el Timeo, donde, a través del mito de la legendaria Atlántida, describe a los reyes atlantes, sabios y justos. La Atlántida, dice Platón, fue feliz y poderosa mientras sus reyes mantuvieron su perfección. Sin embargo, con el tiempo, decayeron y se volvieron déspotas e incapaces. Fue entonces cuando Zeus decidió el castigo de la Atlántida: desaparecer para siempre devorada por el mar.


En La República, junto al privilegiadísimo lugar que Platón asigna a los filósofos, llama la atención el muy menguado papel que concede a los poetas. En una página de La República leemos: “No somos poetas sino fundadores de estados; como tales, nos corresponde conocer los modelos a los cuales deben ajustar sus fábulas los poetas y prohibirles que se aparten de ellos”. O sea: había que desconfiar del poeta y de la poesía. Era necesario vigilar al primero y normar la segunda. Paradójicamente, Platón, metaforizador del mundo a través de imágenes poéticas que, desde entonces los hombres han repetido, pareció temer a la poesía, desconfiar de ella.


La visión platónica de sociedades felices gracias al gobierno de algunos elegidos, habría de generar uno de los más sangrientos errores del itinerario de la humanidad. El mito de la “responsabilidad” de ciertos “elegidos” destinados a gobernar sus sociedades, se convirtió, a la larga, en una noción tan irreal como peligrosa. Grotesca secuela de los lejanos sueños de Platón, el revolucionario moderno, propuesto a sí mismo como el hacedor de la felicidad de su sociedad, sería la desdichada perversión de la vieja utopía del rey-filósofo de Platón. Y es que el verdadero poder del ser de palabras no es ni su responsabilidad para con su sociedad ni hacer que todos comulguen con sus respuestas convertidas en verdades únicas o en consignas de su tiempo. La potestad del ser de palabras es su voz, y su único destino posible el de entregarse a la búsqueda de esa voz, confiando en que, por original, significativa y genuina, ella pueda merecer el honor de hacerse perdurable.


sábado, 16 de julio de 2011

VULNERABILIDAD

Como digo en mi libro Arrogante último esplendor*: “El tiempo de la supervivencia es el del equilibrio en medio de lo siempre precario, el de la previsión ante lo inesperado, el tiempo donde no existen ni débiles ni fuertes, porque todos, eventualmente, somos débiles; porque todos, definitivamente, somos vulnerables.” Vulnerabilidad: acaso el sentimiento más común dentro de un mundo en el que parecieran estar naciendo nuevas comprensiones relacionadas, en su mayor parte, con la desorientación y la incertidumbre. Heidegger dijo que los poetas eran los más indicados para nombrar las genuinas comprensiones del ser humano ante su tiempo. En un mundo vulnerable, surge para los poetas la necesidad de buscar nuevas voces que, entre otras cosas, aferren a los seres humanos a ellos mismos: a sus memorias, a sus verdades, a sus pequeñas particulares irrealidades. Por otra parte, si la desorientación, el escepticismo y la vulnerabilidad son sentimientos dominantes en nuestros días, las voces que los aludan no podrían dejar de reiterar múltiples desoladas entonaciones.


* Caracas, Equinoccio, ediciones de la Universidad Simón Bolívar, 1998

jueves, 14 de julio de 2011

EL SER DE PALABRAS QUIERE SER ESCUCHADO...

El ser de palabras quiere ser escuchado, ser leído. Necesita decir y ser entendido por eso que dice. Suele ser orgulloso -de su palabra, de su voz-; sólo que su orgullo es interior, nunca abiertamente postulado ante los otros. Nace de sus propias convicciones, de sus acuerdos consigo mismo, de su aceptación de pasos propios y propias búsquedas.

miércoles, 13 de julio de 2011

EL SER DE PALABRAS DEBE SABER MIRAR CARA A CARA...

El ser de palabras debe saber mirar cara a cara sus fantasmas, distinguirse con nitidez en los espejos de sus actos.

domingo, 10 de julio de 2011

UNIVERSIDADES, UNIVERSITARIOS

Propongo una definición de Universidad: espacio donde arte y ciencia se reúnen; lugar donde la labor intelectual se orienta a la comunicación, la investigación, el descubrimiento, la creación... Tras definirla, describo lo que me gustaría que ella fuese: lugar de límites trazados por sueños que son propósitos que son metas, reunión de saberes en los que siempre debería prevalecer la curiosidad y la inteligencia...


El saber es vivo y multiplicante: se nutre de sí y crece consigo. La universidad, más que un lugar, es un símbolo: de inteligencia, de conocimiento... Las frecuentes críticas a las universidades suelen ser cuestionamientos a la deformación de lo universitario más que un rechazo a la idea misma. Y es que el ideal universitario interpreta sueños tan viejos como el hombre: ocio creativo; reunión, en un mismo espacio, de saberes y aprendizajes; utopía del saber; jauja del conocimiento...


La Universidad fue siempre lugar de privilegio. La misma noción de aislamiento universitario, tan cercana a eso que la universidad siempre ha aspirado a ser, evoca prerrogativas, habla de adquiridos derechos. Las primeras universidades medievales lucharon por defender su independencia. Cada universidad se pretendía entidad autárquica autogobernable. Además de autónomas, las primeras universidades aspiraron a ser originales, diferentes entre sí. Cada universidad se asumía como mundo dentro del mundo: con sus propias leyes y su propio destino. Como otros espacios medievales, la universidad simbolizaba la esencial unidad del universo. La Edad Media fue tiempo de únicos que aspiraban al absoluto: feudos y provincias, monasterios y universidades, ciudades y castillos eran representaciones particulares de la totalidad del cosmos, pequeños cosmos a su vez.


El aislamiento de la universidad fue, tal vez, secuela de su proximidad temporal a conventos y monasterios. Los copistas de los conventos eran custodios de la sabiduría del tiempo pasado. Su misión era proteger el conocimiento del vaivén de las épocas, de la precariedad y los peligros de un mundo entregado a su propio azar. Las primeras universidades se parecieron a esos conventos. Rápidamente, sin embargo, se impondrían importantes diferencias. La universidad se acercaba a la ciudad, se aproximaba al mundo y al tiempo de los hombres. Su destino no era almacenar saber sino producirlo. Y ese saber necesitaba la comunicación. La sociedad sería el destinatario natural del conocimiento acrisolado por las universidades. El saber sin interlocutores de una Edad Media agonizante, dejaba paso al conocimiento de un tiempo renacentista de nuevos valores, de diferentes metas.


Desde su nacimiento, las universidades tuvieron clara conciencia de su designio: ser formadoras de las individualidades que preservarían la memoria y los valores de su tiempo. Sociedad y universidad evolucionaron paralelamente. La universidad simbolizaba el nuevo mérito de la inteligencia; intelecto como fuerza y herramienta de poder. Pocas instituciones podrían resultar tan elitescas como la universidad. Su espacio supone el encuentro de maestros y discípulos: unos guían y otros aprenden y obedecen. La dignidad del maestro reposa en su sabiduría. El saber se apoya en la inteligencia y en la experiencia. Ambas, afirman el "derecho" natural del sabio: su autoritas. La autoritas académica es la fuerza del prestigio, la potestad del hombre que conoce, que ha visto, que ha vivido, que ha reflexionado; del hombre que sabe. De esa inteligencia dominante y carismática, emana una autoridad que es natural e incuestionable.


En la marcha que por siglos relacionó a la universidad con el tiempo que la entornaba, se produjo, en algún momento, una deformación: la de la universidad revolucionaria que pugnaba por producir ella misma, en su seno, los factores de una nueva sociedad. En otras palabras: ya no era el rumbo de la sociedad el que indicaba la evolución de la universidad, sino a la inversa: la universidad debía cambiar a su sociedad. Esto, que parecía acrecentar la importancia de la universidad, significó, por el contrario, su creciente ajenidad del destino social. En las universidades latinoamericanas, la transformación comenzó con los sucesos que condujeron a la Reforma de la Universidad de Córdoba en Argentina, en el año 1918. La Reforma de Córdoba se propuso convertir a la universidad en espacio sujeto a leyes y normas no universitarias. Se cuestionaron, por ejemplo, las ideas de mérito académico y de autoridad. La Reforma de Córdoba pretendía analogizar Universidad y República. Hacer de los estudiantes y profesores, ciudadanos: con iguales derechos ante una nueva ley universitaria. La autoritas se diluyó al hacerse elegible, fragmentaria, evanescente... La dignidad académica se disolvió entre politiquerías y circunstancialismos. Más allá de cualquier otra aspiración, muchas de nuestras principales universidades parecieron proponerse ser democráticas y sólo eso. Grotesco oximorón: entidad vacía de sentido dentro de una lógica absurda.


La Universidad deforma sus objetivos y hasta la misma razón de su existencia en la reiteración de algunos errores: la vinculación a un sentido estrecho de lo político, por ejemplo; la identificación demasiado cercana a la avidez industrial. El reto de las universidades, hoy, es definir rumbos nuevos que disientan de dos inercias: una, la de un revolucionarismo torpe, ritualizador de envejecidas contraseñas políticas; la otra, tal vez deformada respuesta a lo anterior, es la inercia del cientificismo: limitada letanía de catecismos tecnocráticos. (Analogizar universidades con institutos de investigación tecnológica puede ser, a fin de cuentas, tan aberrante como destinarlas a ser fábricas de guerrilleros o depósitos de políticos).

El ideal universitario aspira a la amplitud de la creatividad, de la inteligencia y de la imaginación. No deberían ser concebibles universidades excrecencias de otros espacios, altas casas de estudios contaminadas desde fuera y desde dentro por la política, los prejuicios y la medianía. Para mantenerse vivos, los sueños dependen de su cercanía a lo real. El viejo sueño universitario de una comunidad humana entregada a la libertad creadora de la inteligencia y la búsqueda vivificante del conocimiento, termina dramáticamente en el momento en que esa comunidad deja de estar a la altura de su sueño. El ideal desaparece, muere, porque se ha dejado de merecerlo.

martes, 5 de julio de 2011

LA UNIVERSIDAD EN LA QUE CREO...

En su libro La otra voz, comenta Octavio Paz: “los poetas se refugian en las universidades, como en la Edad Media, pero sería funesto que abandonasen la ciudad”. Desde luego, el poeta no puede abandonar la ciudad de la misma manera que la poesía no podría abandonar la vida; pero, a fin de cuentas, la poesía, que merece vivir en todas partes, también merece hacerlo en las universidades. Universidades capaces de aceptar a la imaginación como una de las formas más amplias de la sabiduría humana; capaces de aceptar, también, que razones poéticas y científicas pueden coexistir porque unas y otras son complementarias expresiones de lo humano; universidades en condiciones de permitir a ciertos seres de palabras trabajar con dignidad el hallazgo de su voz, y, también con dignidad, expresarlo.


Creo en una universidad necesaria que permita en su seno la existencia de muy diversas palabras y razones. La científica, claro está, es una de ellas; pero no es la única. Existe, también, otra palabra, otra razón: la poética. También ella tiene derecho a vivir dentro del recinto universitario.

domingo, 3 de julio de 2011

BORGES Y NERUDA

Borges y Neruda: para el primero, la palabra es vehículo de su insaciable curiosidad ante las formas de una tradición cultural convertida en signo del tiempo humano. En Neruda, su palabra volcánica nos comunica pasión, amor por la vida, hambre de vida con voracidad de cada instante y entrega inagotable a todos los sueños.