viernes, 31 de agosto de 2012

ENTREGARNOS EN CUERPO Y ALMA...

     Entregarnos en cuerpo y alma a la tarea de indagar qué es eso para lo que servimos, para lo que estamos destinados; y que, una vez descubierto, nos revelará algo esencial de nuestra naturaleza. Se trata, en fin, de conocernos. Conocernos: inicio de todo genuino saber, de toda forma de verdadera sabiduría. “¡Conócete a ti mismo!” fue la inscripción que los Siete Sabios de Grecia ordenaron colocar sobre el frontispicio del templo de Delfos. Conocernos para llegar a aprobar esa particularidad que somos, para comprometernos en la conquista de un camino que pudiera conducirnos hacia cierto destino acaso intuido desde siempre.

jueves, 30 de agosto de 2012

DESDE HACE MÁS DE TREINTA AÑOS...


Desde hace más de treinta años soy profesor. Y si algo he aprendido en todo este tiempo es que dirigirme a esos estudiantes que son mis interlocutores es algo que no podría hacer sino desde esas palabras que son ecos de mi camino y mi memoria. Al hablar a mis alumnos lo hago desde esas mismas voces que escribo y vivo. Distingo en la enseñanza y en la escritura acciones muy semejantes. Hablar a los estudiantes que son mis interlocutores es algo que no puedo hacer sino desde mi experiencia.

Pareciera como si escribir dentro de los espacios de la Academia obligase a quien lo hace a deslindarse de su voz para hablar sólo con las entonaciones del especialismo o con voces prestadas por otros. Nunca he podido entender por qué tanto temor en muchos intelectuales a expresarse desde la propia conciencia ni por qué de tanto esfuerzo por escoger el tono más impersonal a la hora de decir. Paradoja de una palabra –lo más humano de lo humano- empeñada en negar la humanidad de su expresión. ¿Por qué la voz de las ideas, que busca argumentos, que trata de dar forma al pensamiento, tiene que ser pesada, obesa, densa, torpe? ¿Por qué no disfrutar de la belleza de esas palabras que, además de su condición estética, nos convenzan con sus razones, nos conmuevan con las verdades que ellas transmiten?

Enseñar irá siempre de la mano del aprendizaje de vivir. Existe una evidente teatralidad en el acto de dar clase; pero es una teatralidad viva, genuina. La ética de nuestras palabras –o la ética que debe necesariamente dibujar el sentido de nuestras palabras- será el más contundente apoyo a ese acto teatral que es dar clase; y autenticidad, honestidad y compromiso serán palabras que no podrían dejar de relacionarse con él. 

jueves, 23 de agosto de 2012

HABÍA UNA VEZ...


Había una vez... las voces con que empecé a nombrar el mundo y a nombrarme dentro del mundo; voces como ésas con las que empiezan tantas preguntas infantiles: ¿qué es esto? ¿qué quiere decir aquello? ¿Por qué sí? ¿Por qué no?

Había una vez... las voces que empecé a leer y que leo. Me entretienen, me abstraen, me informan; pueden llegar a apasionarme, aunque no las perciba mías ni cercanas a mi universo. Pero en ellas descubro experiencias que me enriquecen y que, acaso, me conduzcan hacia mi propia sabiduría.

Había una vez... las voces que comencé a escribir y que escribo: adheridas a mi propia historia; ecos, instrumentos, respuestas, propósitos, gestos, finalidad... Se relacionan con mi universo, pero también con texturas y acentos halladas en las páginas de libros de algunos autores: tonalidad y sentido de los que no podría apartarme.

Pero, además, “Había una vez” evoca para mí algo mucho más personal: el título de la más antigua de mis lecturas, el nombre del primer libro que recuerdo haber leído. Me lo regaló mi madre, allá por el comienzo de mi infancia. Desarrollar en mí el gusto por la lectura fue una de sus obsesiones. Se propuso transmitírmelo, entre otras cosas, eliminando de casa la televisión. Por muchos años no tuvimos televisor en casa, para, como ella decía, no permanecer sentados frente a una pantalla todo el santo día. Leer nos habitúa a vivir en muy estrecha relación con la fantasía, a establecer puentes entre la realidad del afuera y nuestra propia realidad. Leemos y acercamos las voces leídas a nuestras vivencias. Leía, en general, bastante; en todo caso más que la mayoría de los niños que me rodeaban, algo que, junto a mi imaginación y cierta propensión a la soledad, me hizo, muy temprano, sentirme diferente. Sentirse o saberse diferente es algo que suele conducir a un mismo resultado: ver a los otros con desconcierto: sin entender nunca del todo ni sus gestos ni sus razones, sabiendo que siempre existirán muy diversas y complejas diferencias entre nosotros y la gran mayoría de los otros.

lunes, 20 de agosto de 2012

VIVIR ES JUGAR UN JUEGO...


     Vivir es jugar un juego cuyas reglas se nos van revelando muy poco a poco. Un juego que nos fuerza a no dejar nunca de elaborar motivos alrededor de los pasos que damos y que vamos convirtiendo en las huellas de un itinerario precisado del más importante de los significados: el de la propia aprobación. Nuestro mayor logro:conocernos; y nuestra peor equivocación: no hacerlo.

sábado, 18 de agosto de 2012

ENFRENTO EL SILENCIO DE MUCHÍSIMAS...

Enfrento el silencio de muchísimas cosas mudas y resisto junto a las voces que me sostienen. En algún momento llega hasta mí cierta palabra indudable que es revelación, fragmento henchido de luz o transparencia.

viernes, 10 de agosto de 2012

LOS ESPACIOS DEL ARTE SUELEN PERMITIRNOS...

     Los espacios del arte suelen permitirnos entender más vívidamente y de forma más contundente las complejas circunstancias que nos rodean, que vivimos; favoreciendo ciertas comprensiones y la percepción de esenciales analogías. La obra de arte reúne, integra, simboliza, encarna. Es privilegiada superficie sobre la que siempre, como espectadores, podremos aprender algo.

jueves, 2 de agosto de 2012

LEER, ESCRIBIR, VER CINE...


Leer, escribir, ver cine: actos que, de maneras muy distintas, me acercan tanto al mundo como a mí mismo. La película que contemplo me muestra simbolizaciones del mundo. La página que leo o que escribo me centra en mi mundo. De un lado, las imágenes van surgiendo rápidamente sobre una luminosa superficie; del otro, las voces aparecen lentamente sobre superficies planas y blancas. Las imágenes son más rápidas y contundentes, también más aleatorias en su recuerdo; las voces son más lentas y persistentes en las opciones que ellas señalan. Aquéllas me golpean con fuerza, deslumbrándome, desconcertándome: reflejos de realidades que distingo dentro o fuera de mí; las palabras, ecos de opciones convertidas en espacios de experiencia, me configuran lentamente al interior de superficies que, a la larga, son, también, rumbo y destino...

¿CÓMO NACIERON LAS PALABRAS?

     ¿Cómo nacieron las palabras? ¿Son producto de un arbitrario acuerdo de las colectividades humanas o, por el contrario, forman parte de un orden natural de las cosas? Tempranamente, en Grecia, origen de tantas explicaciones y desciframientos humanos, las dos tesis se enfrentaron. Para el mundo antiguo y para los griegos, las palabras eran un sustituto de lo nombrado, un reflejo de las cosas. La palabra, más que un concepto, era una representación. Pronunciar un nombre significaba aludir a la cosa nombrada, con todas sus cualidades esenciales. La palabra cobraba, así, valor de cosa y el mundo de los nombres y el mundo real se hacían una unidad. En su diálogo Cratilo, Platón opuso a esta visión la de la arbitrariedad. En el diálogo, dos personajes, Hermógenes y Cratilo, contrastan sus puntos de vista. Hermógenes defiende la idea de que las palabras sean el producto de una convención. "No puedo convencerme –dice- que la rectitud del nombre sea otra cosa que acuerdo y convenio. me parece que el nombre que se atribuye a una cosa es el nombre justo, y si se le cambia por otro y se abandona al primer nombre, el último nombre no es menos justo que el primero". Cratilo, por su parte, apoya la idea de una relación natural entre las cosas y los nombres. "¿Qué poder -le pregunta Sócrates- tienen para nosotros los nombres?". Y la respuesta de Cratilo es contundente: "quien sabe los nombres sabe las cosas". Para refutar los argumentos de ambos, el personaje de Sócrates (el propio Platón) extrema ambas interpretaciones llevándolas al absurdo. Si las palabras fueran producto de una convención totalmente arbitraria, entonces cada individuo o cada sociedad, en algún momento, podría cambiarlas a su antojo. Pero, por otra parte, si las palabras fuesen el reflejo exacto de las cosas, entonces el mundo todo podría duplicarse en las palabras. Sócrates-Platón apunta su propia conclusión: ni convencionalidad absoluta ni duplicación. Las palabras son convenciones que obedecen a una norma. La existencia de la norma permite considerar a las palabras como "correctas", porque, a pesar de haber sido originalmente producto de un acuerdo arbitrario, su uso las fue convirtiendo en ley. Así, lo que alguna vez fue convención, comenzó a imponerse como naturaleza que ninguna voluntad, individual o colectiva, podría cambiar.