viernes, 22 de febrero de 2019

SOBRE LAS "BUENAS" INTENCIONES DE ALGUNOS EUROPEOS


¿Por qué resulta a muchos europeos tan difícil entender contextos sociales diferentes a los suyos? Su miopía es francamente grotesca al referirse a nuestra América Latina, por ejemplo. Hace ya bastantes años, el escritor venezolano Carlos Rangel describió perfectamente esta miopía en su libro Del buen salvaje al buen revolucionario. En él estableció hondas analogías entre el viejo mito, inaugurado por Miguel de Montaigne en sus Ensayos, sobre los “buenos” salvajes habitantes de un nuevo mundo anunciado y descrito en las cartas del almirante Cristóbal Colón, y el curioso mito propagado hasta el cansancio por cierta intelligentsia  europea devota de la fotografía de un Che Guevara contemplando extático el infinito. Hoy día, descendientes de ese grupo, o, incluso algunos de ellos mismos, ya notoriamente envejecidos, pretenden seguir dándonos lecciones políticas a los latinoamericanos. Más concretamente a los venezolanos que estamos viviendo y padeciendo la crispada situación por la que atraviesa nuestro país.
Esos europeos siempre dispuestos a la “salvación” de una humanidad colocada a lo lejos, braman y gimen por Chávez y su estragado “socialismo del siglo XXI”, causante de la peor tragedia humana conocida por mi país, Venezuela desde el tiempo de su independencia. A sus muy delicados oídos y a su muy fina sensibilidad parecieran horrorizar diversas cosas: por ejemplo, que un joven diputado ose -al “autoproclamarse” luchador por la libertad de su país- enfrentar valientemente las atrocidades de un gobernante espurio, o que casi el noventa por ciento de Venezuela clame por justicia y por libertad, o que una simple nación latinoamericana pretenda recuperar su democracia.
Ciertos “buenos” y “progresistas” europeos deberían revisar un poco su historia antes de opinar sobre el porvenir de pueblos que luchan por horizontes que los mismos europeos alcanzaron solo tras dos trágicas conflagraciones culpables de la desolación de media humanidad. No necesitamos los latinoamericanos -en este caso los venezolanos- los consejos de una ideologizada “sabiduría” eurocéntrica convencida de que sus razones forzosamente han de servir como recetarios a pueblos muy alejados de sus fronteras.
Y, a manera de post scriptum: cuando un gobierno tiránico aniquila a un pueblo que lo rechaza, cuando ese gobierno justifica su permanencia en función a un destino político que solo él y unos cuantos prosélitos comprados entienden, no existe ni existirá jamás ideología u ornamento ideológico alguno capaz de justificar la inhumanidad de unos pocos sojuzgando a casi todos.

viernes, 15 de febrero de 2019

POPULISMOS... ¿REVOLUCIONARIOS?




El populismo suele reunir diversas realidades: fragilidad de tradiciones políticas e instituciones públicas nunca del todo respetadas ni acatadas, el carisma de algún sorpresivo vociferador junto a su desvergonzada capacidad para ofrecerlo todo, la facultad del mismo gritón para hablar por demasiado tiempo y con demasiados énfasis, insatisfechas aspiraciones colectivas manipuladas hasta el paroxismo por el vociferador de siempre, nacionalismos exacerbados por el reiterado gesticulador...
El líder populista gusta de coquetear con argumentos ideológicos, de apoyarse en ellos sin hacerlos suyos realmente. Es un ideólogo por conveniencia que utiliza esas ortopedias del pensamiento que son las ideologías para convencer a sus seguidores de no pensar; un no pensar colectivo arrullado por los gritos, las muecas, los desplantes y las poses del nunca silencioso aullador. A la larga, la utilización ideológica derivará en una de las más perniciosas secuelas del populismo: el culto a la personalidad, devoción destinada a la perpetuidad no solo de individuales protagonistas sino, incluso, de dinastías enteras. Valgan dos famosos ejemplos: un abuelo, un hijo y un nieto en Corea del Norte; y dos hermanos: los Castro de Cuba.
Populismos protagonizados por caudillos militares de viejo cuño, populismos dirigidos por nostálgicos del fascismo, populismos deudores de Carlos Marx… Generalmente ornamentados con relumbres de patriótica rebeldía y actuando y tratando de perpetuarse en nombre de la Revolución (así con mayúscula). El resultado es el mismo: simplismo, intolerancia, sordera a cualquier forma de sentido común; arbitrariedad apoyada en una irracionalidad compartida por muchos y adornada con los colores del fanatismo y la insensatez... Sus secuelas son terribles: aplastamiento de toda forma de oposición; desconocimiento de quienes no piensen como el jefe; desmedido poder de éste, quien diciendo actuar en beneficio y grandeza de la nación, se regodea en apetitos personales convertidos en mandato patriótico; y, por supuesto, la más espinosa y dolorosa de las secuelas: gobernantes dispuestos a lo que sea con tal de no apartarse del poder, empeñados en no desaparecer cueste lo que cueste, aferrados con dientes y uñas a su potestad de acumular prebendas a costa de la miseria de casi todos, de la ruina de todo un país…

Solo la humanización de la política, con el consecuente respeto a la dignidad de la persona humana, la solidaridad entre los miembros de una colectividad independientemente de sus diferencias, y, por supuesto, una convivencia vivida en democracia,  señalarán el único camino posible hacia una sociedad más justa y más humana, definitivamente curada de la mortal infección populista -y “revolucionaria”.