viernes, 28 de junio de 2024

Frente a la realidad...

             Con nuestras voces nombramos lo que consideramos necesario, justo, oportuno. Podemos verlas como una intervención en lo real; una manera de comunicar eso que consideramos verdadero o falso, aprobable o condenable, legítimo o ilegítimo.

De nuestra personal experiencia, con sus aprendizajes y emociones, con sus aciertos y desaciertos, surgen las palabras. Ellas pueden señalar nuestra manera de vivir y de elegir cómo vivir. Recorremos el tiempo junto a voces que nos permitan bautizar las cosas con nombres propios;  testimoniar vislumbres, comprensiones, juicios... Nuestras voces: suponen una posible reconciliación con el mundo y con nosotros mismos a partir de esa expresión que, por encima de todo, exigirá siempre de nosotros la  autenticidad.

Podemos pensar en las palabras en un plano real e inmediato; o ir un poco más allá y convertirlas en metáfora, un símbolo de eso que pudiéramos proponemos construir a lo largo de nuestra vida. Ante una realidad tan a menudo inhóspita como la que nos rodea, frecuentemente amenazadora y siempre del todo indiferente, podemos utilizar nuestras palabras como el aliciente de un espejismo que pudiese hacernos creer que el mundo existe un poco en sintonía con nuestros sueños; que, junto a nuestras voces, podemos convertir a la realidad en aliada nuestra.

Reconozco en las palabras su condición de formas vivas, nunca estáticas, necesariamente distantes de rituales, códigos o formalismos; testimonios de nuestra existencia, expresiones plurales, cambiantes en sus intenciones pero, a la vez, formas de muchos modos semejantes a sí mismas.

Con nuestras voces somos actores y receptores. Somos actores al comunicarlas desde el sentido más exacto de nuestras experiencias. Somos sus receptores al distinguir en las voces de otros la oportunidad y elocuencia que toda expresión debería poseer.

Las palabras: existen para permitirnos expresar lo que sentimos necesario, justo, oportuno. Precisamos defender nuestra relación con ellas. Entender su importancia y atender esa importancia. Sin ellas, sentimos, es el vacío, un abismo que nos aleja de eso que, esencialmente, somos.

Saber que las palabras forman un nexo indisoluble con nuestros pensamientos, emociones y propósitos nos llevará a entender su importancia en nuestra vida, su potestad de relacionarse con cuanto nos define, con nuestra intención de dirigirlas hacia nosotros mismos, y, desde allí, vincularlas con ese afuera que nos concierne.