viernes, 8 de diciembre de 2023

 Alguna vez en el tiempo...

Alguna vez en el tiempo, todo fue comienzo, y el mundo un lugar de extrañas formas para unos ojos que aún no habían aprendido a mirar ni a entender. Constantemente las cosas se subordinaban a designios ajenos y las situaciones existían en la voluntad de quienes tomaban todas las decisiones. Podían y solían multiplicarse las secuelas de lo impredecible. Era extraña la manera como evolucionaban las relaciones y era muy fácil perderse al interior de un mundo tan alejado del propio mundo. Vendrían, luego, espinosos tiempos de falsas certezas, de desconciertos, de absurdas bravatas, de temores ocultos a los ojos de los otros. Tiempos de torpezas multiplicadas en su vacuidad. Tiempos de mucha insensata rebeldía, de equivocaciones que convertían las intenciones en retahílas de imposibilidades. Tiempos, no de búsquedas sino de la incapacidad de reconocer lo buscado;  no de razones para el presente, sino de la absurda fragmentación de los ahoras; no de propósitos, sino de falsas voluntades; no de voces, sino de una interminable, vacua y estridente locuacidad... Posteriormente sería el arduo y lento tiempo de los necesarios aprendizajes. Era imprescindible hallar sentido en las palabras, aprender a nombrar las incomprensibles razones de los días, acercar intenciones y promesas a un hoy que era, es y será siempre un todavía insuficiente. Poco a poco se corregían balbuceos y errores y se hacían realidad algunos viejos sueños. En medio de ciertas insoslayables penumbras, surgían escenarios en los que era preciso actuar. Se hacía cada vez más evidente la necesidad de distinguir crecimiento al interior de lo real. Cambiaban las experiencias. Se sumaban años y años de búsquedas, hallazgos, propósitos... La conciencia hacía posibles las preguntas. Los recuerdos alimentaban las incertidumbres del presente. La voluntad permitía persistir y conquistar. El tiempo relacionaba carencia y plenitud. Se multiplicaban los contrastes: la rémora existía al lado del impulso, la fuerza se avenía con la fragilidad, la sensación de triunfo convivía con una conciencia de vulnerabilidad... Era imperioso ajustar las agujas de un reloj existencial siempre presente; imperioso escuchar ese tic tac que obligaba a no perder de vista un transcurrir de horas apoyado en una memoria que señalaba cómo los días estaban destinados a reunirse con los días, cómo amaneceres y crepúsculos nunca dejaban de entrecruzarse. La memoria podía hacerse muchas cosas: escalera de luces y de tinieblas, vértigo, convocatoria de agonías y entusiasmos, ilustración de rumbos... Ella recordaba, también, cómo el hoy podría siempre contradecir al ayer. Sin embargo, solía prevalecer en ella una visión de continuidad, de permanencia y pertenencia. Realidad e irrealidad se sostenían en espejeantes juegos de ilusiones e intenciones. Se trataba de vislumbrar armonía en las acciones, de sustentar verdades sobre diferentes formas de fe. Se abrían puertas y se cerraban puertas. Se sumaban logros y fracasos. Victorias y derrotas se relacionaban. Se reanudaban caminos y se clausuraban caminos... En la aventura de los interminables recorridos, no cesaba de reiterarse la imposibilidad de dar nada por sentado y la necesidad de entender el sentido de todas y cada una de nuestras elecciones. Lenta o abruptamente cambiaban circunstancias y convicciones. Sin embargo, algunas de estas últimas permanecerían, perpetuamente afirmativas, referenciales, naturalmente presentes. El deseo de ahondar en lo nuevo no contradecía la necesidad de un determinado orden al interior de los vaivenes del tiempo. Era frecuente que la fantasía se desvaneciese al interior de itinerarios donde las conclusiones muy a menudo regresaban a sus inicios. Inevitable circularidad de un camino donde las inquietudes crecían o decrecían al ritmo de circunstancias poco predecibles; un camino donde todo o casi todo podía hacerse, a la vez, verdad y farsa, error y acierto. Incluso la esperanza podía debilitarse cuando lo inesperado se repetía sin cesar. Era preciso fortalecer rutinas que conjuraran mucho desperdicio, mucha desconfianza, mucho hastío, mucha debilitante fisura al interior de los días... Respuestas las hubo siempre: necesarias, imprescindibles; deudoras de la lucidez o de la fantasía, de la inmediata utilidad o de la irrealidad de los más disparatados deseos... Respuestas convertidas en iniciativas que, en ocasiones, regresaban sobre sí mismas y se desvanecían, o se extendían hacia circunstancias que las petrificaban. Respuestas relacionadas, generalmente, con una necesidad de reconciliación con nosotros mismos y  la realidad; con una necesidad de acercar lo real hacia un destino elegido por nosotros alejándola de cuanto amenazara quebrar o corromper la delicada filigrana de los días.