viernes, 15 de septiembre de 2023

         Fue demasiado lento el tiempo de tus aprendizajes. Las cosas parecían llegar tarde y a deshora. Y te empeñaste en hallar sentido en tus palabras, en nombrar las incomprensibles razones del día a día, en acercar intenciones y promesas a un hoy que es y será siempre un todavía insuficiente. Lentamente corregiste tartamudeos y errores. Recuperaste sueños. Coloreaste los días con transparente irrealidad. Elegiste nuevos cielos, diferentes fronteras... Descubriste que la tan cacareada sabiduría de la vejez podía no ser, a fin de cuentas, sino una mayor conciencia de tu propia vulnerabilidad, una lucidez ante mil percepciones de fragilidad y una aceptada renuncia a muchas cosas. Descubriste cómo en tus espacios se multiplicaban imágenes de incertidumbre, de precariedad, de indefensión... Sin embargo, todo ello coincidía con el apoyo de una memoria que sumaba muchos aprendizajes y respuestas. Te supiste vulnerable, pero, a la vez, también capaz de sobreponerte a tu vulnerabilidad. Entendiste que envejecer significaba establecer límites, cada vez más nítidos, entre lo esencial y lo superfluo; y que el más bello destino del tiempo vivido podía ser el aproximarte, junto a tus palabras, hacia un aceptado final.