Dar un nombre…
Dar un nombre a nuestros demonios, a las
secuelas de nuestras decepciones y fracasos.
Dar un nombre a referencias ajustadas al
tamaño de nuestros sueños y promesas.
Dar un nombre a convicciones y verdades
que, perteneciéndonos, pertenecen, también, a muchos otros, tal vez a casi
todos.
Dar un nombre a espacios nuestros hechos
de ilusiones y de una individual voluntad de destino.
Dar un nombre a íntimas rutinas capaces
de sostenernos en medio de lo impredecible y lo precario.
Dar un nombre a banderas que son nuestros
emblemas de impulsos y razones, de metas y promesas.
Dar un nombre a cuanto nos resulte útil,
personal y necesariamente útil.
Dar un nombre a cuanto estéticamente nos
expresa: reflejo de nuestro espíritu y nuestra más íntima libertad.