Con extraordinaria agudeza, Schopenhauer anota la diferencia entre
orgullo y vanidad. Aquél es o puede ser legítimo. Tiene que ver con la genuina apreciación
de méritos propios, con la convicción de lo que somos y podemos llegar a lograr.
La vanidad, por su parte, no es sino una mendiga búsqueda de la aprobación ajena,
y la autoestima a partir de esa aprobación. Mientras el orgullo pudiera ser la consecuencia
de un mérito probado; la vanidad no pasa de ser un ridículo espejismo.